martes, 5 de marzo de 2013

Escapada

¡No aguanto más esta ciudad!
Necesito despejarme. Hoy se cumple un año desde que mi viejo falleció.
Agarro unas pocas cosas, el auto y me voy para San Bernardo. Sólo necesito alejarme un día.
Voy ligero por la ruta 23, escuchando unos discos de Zeppelin y Floyd. El camino está despejado. Campo a mis costados, ruta adelante y atrás. Cielo a lo alto. Lo único que me detiene ir hacia abajo es el pavimento. Adelante, la noche. 
Mis tíos alquilan un departamento allá pero como no es temporada no debe haber más que unas cucarachas y olor a encierro.
Vengo con “Heartbreaker” al palo y dejo caer la ceniza del cigarrillo sobre mi pantalón. Ese segundo de distracción es fatal. Veo de reojo algo que iluminan las ópticas. Cuando levanto la mirada, distingo una silueta humana. Pego un volantazo aunque es inevitable golpearlo haciendo que vuele por sobre el techo del auto.
Clavo los frenos y me detengo al costado de la ruta. Miro por el retrovisor. El cuerpo yace inmóvil a metros del auto iluminado por los faros rojos de los frenos. Estoy paralizado sobre el coche sin quitar la vista del bulto. Parece que se movió. Bajo del coche. Perece que aún esta vivo. Me acerco lentamente temiendo lo peor.
- ¿Estás bien?
No responde.
Estoy parado al costado del tipo moribundo. Está sobre su costado de espaldas a mí. Me agacho y, sujetándolo del hombro, lo volteo hacia arriba. 
Tan pronto como lo hago pego un sobresalto. No puedo creer lo que veo. La luz me muestra ahora la cara de un hombre con aspecto muy familiar. Tal vez demasiado. Me agacho para reconocer su rostro. Como si fuera un sueño me veo a mí en el suelo con la  cara ensangrentada.
Lo examino de cerca y balbucea algo que no llego a oír. Vuelvo corriendo al coche en busca de mi celular. No tiene señal. Volteo y el cuerpo no está. Miro a mi alrededor. Y un vacío oscuro me rodea. A lo lejos, adentrándose en el campo, una luz tenue sale de una casa.
Subo al auto pero no arranca. El celular sirve como una linterna que no llega a iluminar más que mis pasos. Será mejor que me quede en el coche esta noche. Agoto la batería con las luces y la calefacción hasta quedarme dormido.
Despierto. La mañana está nublada. Me rodea una espesa niebla y el frío me cala los huesos. Me dirijo a la casa que vi anoche. Es lejos. No se dónde piso a causa de la niebla. Escucho cómo crujen los pastizales detrás mío como si alguien me estuviera acechando.
Por fin llego. La casa parece deshabitada desde hace tiempo. Subo los tres escalones hasta la entrada. La puerta está abierta. El piso rechina y el polvo vuela en el aire. En la mesa un mate con yerba usada seca y una pava oxidada. Veo un reloj en la pared detenido a las siete treinta y cinco. En un cajón del escritorio que sostiene un florero de rosas muertas, una foto de mi padre junto a mí en la costa, en unas vacaciones familiares del ‘99.
Salgo corriendo de la casa despejando la niebla a mi paso. La noche vuelve a caer y mis pisadas resuenan en los pastizales hasta encontrar el áspero asfalto.
No puedo bajar. Las luces me queman la cara. No veo el auto que se acerca veloz con el conductor distraído por las cenizas que caen sobre su pantalón.

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