jueves, 17 de enero de 2013

El plan

Entré al banco y me puse en la fila. Quedé atrás de un pelado con camisa rosa y zapatos que apestaba. Eran las tres menos diez y todavía había como doce personas adentro esperando a ser atendidos. Más dos administrativos, un cajero, un solo guardia, el gerente que también hacía de tesorero y la recepcionista. No había mucho movimiento en la zona. Habíamos montado vigilancia unas semanas antes y registrado todos los movimientos de caudales.
Fabio hacía custodia afuera y El Tapia esperaba en el auto.
Todo va a salir bien. Respiré hondo. Estaba fuera de práctica. La última vez había sido hace 7 meses en una financiera por Villa Crespo. Un desastre. Uno de los clientes quiso hacerse el héroe y se le tiró encima a Fabio, forcejearon, el arma se disparó y le voló la cabeza a una vieja. Que asco. Odio la sangre. Sabe mal, huele mal y no sale de la ropa.
No hubo mucho que lamentar, desde que habíamos entrado que la abuela no se dejaba de quejar: que el frío, que la espera, que el país y ¡PUM! Fuiste.
Los dos nos miramos y encaramos a la salida, El Tapia estaba en el auto escuchando Divididos al mango, no entendía nada, ni nos vio salir. Desde aquel tiroteo no sólo quedó más sordo sino más estúpido también.
Le palmeé la cabeza para que arrancara y salimos arando. El tipo no había perdido el toque. Atajos y maniobras justas. Intuición y reflejos. Nos alejó del lugar sin dejar rastro.
El Banco que robaríamos ahora era el Comafi de San Martín. Una pequeña sucursal sobre Carrillo y Matheu que ocasionalmente se llenaba.
El plan era sencillo. Reducíamos a todos. Tomábamos el dinero y nos largábamos de allí.
Ahora sí faltaban tres minutos para que el banco cerrara sus puertas y comenzáramos el trabajo.
La fila había dado sólo unos pasos, Fabio entró y se puso tres personas atrás mío. Había un señor alto con traje y corbata, un cadete pendejo balbuceando Bob Marley y una mujer gorda con un vestido apretado.
Miré la hora. Las tres de la tarde. Vi de reojo a mi cómplice. El guardia fue a cerrar la puerta y se quedó cerca. Fabio carraspeó dos veces. La señal.
Desenfundé la Taurus 9mm
-¡Todos al suelo, esto es un asalto! -
Fabio empuñó la recortada y noqueó al guardia de un culatazo.
Comenzó a revolear la doble cañón y gritar como un loco. Yo mantenía mi pistola alta y le ordenaba a la gente que se acostara. Apunte a la secretaria y le dije al cajero que abra la puerta. Apenas la entornó lo tiré al suelo y apunté al Gerente que temblaba como una hoja. Lo golpeé en la cara y le dije que abriera el tesoro. Lo levanté bruscamente y lo puse frente al teclado numérico de seguridad. Le apoyé el arma en la cabeza y cuando estaba por apretar el primer dígito le avisé que no ingresara el de alarma. Cambió su dedo del 9 al 4 y tecleó seis números más asterisco. El aparato soltó un pitido y le dije que abriera la puerta de la caja fuerte. Saqué un bolso debajo de mi camisa y se lo tire para que lo llenara. Eché un vistazo a Fabio. Ya había callado a todos y despojado de sus teléfonos y carteras. Empujé al gerente con el pié y terminé de colocar lo grande. Cerré con una mano y salí.
Fabio me sonrió y encaramos para la salida, pero en eso el pelado apestoso de camisa rosa interrumpió el camino con un revolver calibre 38 en mi nariz.
No se van a ir así como así. Llévenme con ustedes.
-¿Qué? ¿Acaso perdiste totalmente la cabeza? – exclamó fabio blandeando la recortada en el aire mientras al pelado le temblaban las manos.
-Quiero una parte de esto, quiero ser parte de esto, déjenme entrar. Llévenme de rehén y después arreglamos. Yo les puedo ser útil. Tengo contactos. -
- Está bien – dijo Fabio - Tal vez nos sea útil.
Pero en realidad ocultaba otro propósito.
Salimos y en un rápido movimiento. Dejamos al pelado en frente nuestro. Lo tomamos por detrás y apuntamos hacia la patrulla que venía directo a nosotros. Destrozamos el parabrisas y salimos corriendo para lo del Tapia.
Estaba silbando el hijo de puta. Nos metimos le palmeé la cabeza y salió chirriando.
Qué loca está la gente.



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