viernes, 1 de febrero de 2013

Pronóstico del tiempo

Ocho y media de la mañana en la estación de Urquiza. El cielo se encuentra despejado con una leve brisa del Este que produce escalofríos en la sombra.
La gente espera en ambos lados del andén aunque hay un mayor número con destino a Retiro que a José León Suárez. El sol entíbiese los rostros dormidos de los futuros pasajeros y hacen brillar las vías al punto de encandilar.
Algunas palomas sobrevuelan y se pasean entre las personas arrullando. Picotean los restos de galletitas de agua de un nene con guardapolvo y algunas migajas de tortilla que el linyera del banco les arroja.
Entre tanto los machos realizan su baile de apareamiento: inflan sus plumas, inclinan la cabeza y giran en círculos. Arrastran la cola y corren alrededor de las hembras rogando patéticamente que se apareen. Pero sin éxito las hembras vuelan apabulladas a otro sitio.
Inesperadamente una de las aves vuela torpemente hacia un tipo de lentes que leía el diario y lo golpea de lleno en la cara. El hombre desconcertado entre los aleteos incesantes de la paloma se agacha a recoger sus anteojos y no ve como otra, que posaba en el techo del otro andén, planea directamente hacia él y lo abofetea. Otras dos se precipitan hacia él y de a poco se van sumando al montón.
 Entre graznidos roncos y un revuelo de plumas, las palomas lo rodean y lo atacan como un puñado de maíz. Al cabo de unos segundos queda bajo una montaña de pájaros fuera de control. La gente mira atónita mientras escucha los alaridos desesperantes. Para cuando las aves abandonan el cuerpo nadie más que el niño nota unas extrañas sombras en el piso. Una bandada sobrevuela formando grandes círculos por sobre ellos.
Un último giro eclipsa el sol por un instante y la masa de aves desciende sobre la gente en un ataque de garras infectadas y picotazos en el rostro. Una mujer lucha por quitarse a tres palomas enredadas en su pelo. El linyera intenta escapar, arroja su tortilla pero es derribado rápidamente. El niño se oculta bajo los bancos y observa cómo el hombre que leía su diario se levanta lentamente. Está cubierto de eses y plumas, con arañazos en la cara. Se pone de pié en una postura muy encorvada, su cuello está torcido y los ojos bien abiertos, haciendo una mirada perversa. Es extraño que las palomas no lo sigan atacando. El hombre da unos pasos espásticos moviendo su cabeza hacia delante y atrás. Parece desperezarse metiendo las manos en sus axilas, levantando sus codos y llevándolos hacia atrás, retorciendo el pescuezo.
Toma envión y salta del otro lado del andén enfrentándose directamente con la mujer de pelos revueltos. Ella queda paralizada ante tal abominación. El tipo toma una bocanada de aire inflando su pecho y comienza a dar vueltas en círculos lanzando arrullos difónicos. La mujer que antes parecía aterrada ahora estaba con una mirada bizca que seguía de cerca al hombre torciendo pronunciadamente la cabeza. En un cruce de miradas la mujer se lanza dentro de la boca abierta del hombre y como si estuvieran atascados forcejean de un lado al otro.
La escena está fuera de control. La gente está en pánico y corretea sin dirección por los andenes chocándose entre sí.
De pronto todos quedan paralizados por la campana de la barrera que anuncia la llegada del tren. Las personas se alinean ordenadamente frente a las puertas que apenas se abren desatan un revuelo dentro de los vagones.

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