Cuando el
viento sopla así de fuerte se aceleran las cosas. Las nubes se mueven tan
rápido que todo se mueve en cámara
rápida. Acelera la lluvia, acelera las copas de los árboles y las luces que
tintinean por detrás. Y la vida pasa frente a mis ojos en una tormenta impredecible
que agita mi mente. Mi mente que no deja de pensar, que se atropella a sí misma
con ideas inconclusas. Que corre y se frena, sopla y se esconde cuando me doy
vuelta. A dónde se fue todo ese viento que me empuja. Que me embolsa y se infla
bajo mi ropa.
El viento
me silva una canción que no logro escuchar bien. Que me suena y no me acuerdo.
Y el traqueteo de las ventanas flojas me reta. Las miro pero no les contesto
porque después no se callan en toda la noche. Están enojadas porque el viento
no pasa. Se filtra y me canta bajito entonces le abro. Me acaricia y se
enmudece para arroparse y dormirse en el sillón.
Su perfume
de agua me invita a pasear en zigzag. Inhalo ese domingo de sábanas revueltas,
exhalo ese otoño de hojas rojas que mueren por mí. Respiro en su cuello
abrazado a un sueño que ahora, sin darme cuenta, es mi almohada rellena de
penas y plumas negras.
Suspiro una
última vez con aire melancólico y saboreo esos besos lentos que se escurren
entre la lluvia que chasquea contra la ventana aplastada por el viento.
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